Alba, estás en mi
corazón. Esta frase es un clamor, una oración, un deseo. Mi
querida niña ya nunca más te irás de mi lado porque tu ausencia
física me ha hecho ver que en verdad estás, y siempre estarás
conmigo, allí donde el amor lo ha instalado… en mi corazón.
Este clamor
será la afirmación que me libera del sufrimiento y a través de esa
proclamación me reencuentro con la riqueza que ha creado tu
presencia en mi vida.
Dos crudos
inviernos, despojada de todo y rodeada de nada. Me quedo como el
árbol sin hojas, a merced de la dureza de los elementos, y tengo
que sobrellevar los vientos gélidos, que desde el polo norte de tu ausencia, me asolan sin parar. En algún momento, lentamente, la
oscuridad empezará a ceder ante los tenues rayos de sol que se
asomaran tímidamente presagiando algún resquicio, alguna tregua.
Y llegará de
nuevo la primavera, esa primavera que necesito para salir del
vacío; llegará con frágiles promesas. Sus brotes de consuelo
harán menos duro el camino y empezaré a sentir que alguna esperanza
puede haber.
Pero las
flores que prometían un alivio, un acompañamiento, pronto se
marchitarán ante el asfixiante calor del verano. La crudeza de un sol
cuya demasiada brillantez dañará mi sensibilidad, arrancará la promesa
de superación que me auguraba la primavera. El florecimiento me dará el
respiro necesario para retomar el dolor que seguirá estando en esos
espacios internos. Espacios que con la prolongación de tener que
soportar tu vacío se han agrandado y abrasan con
demasiados echar de menos.
Alba, muchas
veces, cuando después de una mejoría vuelvo a enfrentarme con el
dolor de tu pérdida, puedo desesperar porque siento que he
retrocedido y que he fallado en mi esfuerzo de estar mejor. Yo sé
que tú no quieres verme así. Quiero retomar lo que era
antes, pero jamás podré ¿Cómo si falta lo más importante? Y a
través de la luz penetrante que nos ciega como en verano, volveré a
enfocar mis sentimientos más profundos, esos que aún no han podido
salir a la superficie. Ahora sí se verán
reflejados en todas partes, como las inacabables chispas de ese mar
tan vasto que no deja ver más allá del horizonte. La necesidad de
querer y ser querido encuentra su eco en el retorno sin parar de las
olas, como sentimientos que buscan un descanso, imposible por el
momento.
El verano
con sus retos y la primavera con su grata amabilidad se alternaran
atropellándome una y otra vez. Y habrá un largo espacio hasta que
finalmente en algún giro del camino aparecerá el otoño.
Lentamente la fuerza del dolor, desbordado a través de las vivencias
a flor de piel, empiece a atenuarse.
En algún
momento puntual saldré del exceso y entraré en la posibilidad de
soltar suavemente todo lo que me está haciendo daño. Me despojaré
de las falsas esperanzas, de aquello que pensaba podría volver a
ser. Y de la misma manera que las hojas se sueltan de los árboles, en
vuelo libre, con los primeros soplos de vientos otoñales, también yo
podré empezar a dejar ir todo lo que ya no me está sirviendo. De
esta manera, algún día podré vivir más allá del dolor
apremiante. Entonces el otoño, con su lento retorno a lo básico,
empezará a acompañarme de verdad. Es casi un alivio ver cómo lo
que ya no me sirve se aleja, dejándome despojada y despejada:
árboles desnudos de toda pretensión.
Y así, volverá el invierno de nuevo, el aniversario de tu marcha y otro año más. Pero esta vez
estaré preparada porque me he familiarizado con el
vacío, el frío congelador y el recogimiento. Ya sabré meterme dentro,
allí en ese lugar donde tú has hecho tu hogar, allí donde
encuentro todas las respuestas. Podré triunfalmente vivirlo desde el
amor que ha ido creciendo en mi interior y que por fin dará nacimiento
a una esperanza verdadera.
Gracias, Alba, por hacerme fuerte. canción Luna de abril Pasión Vega e India Martínez